miércoles, 16 de marzo de 1994

Los Atributos De Dios

El Glorioso Evangelio, Vol. 94, N’º. 3

• Omnisciencia •

por Douglas L. Crook

(tercera parte)

“Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos.”   Proverbios 15.3
Esta será nuestra última lección sobre el atributo de la omnisciencia de Dios.  Ya hemos visto cómo la Trinidad ha provisto una redención perfecta y eterna por medio de su omnisciencia y cómo podemos confiar en la provisión y protección de Dios en cada situación porque él sabe todo lo que vamos a enfrentar en nuestra vida y aun nos promete victoria.  Sin embargo, no podemos dejar el estudio de este atributo y estudiar otro atributo sin mirar cómo el Omnisciente juzga justamente las obras del hombre.

El hombre incrédulo vive su vida como si no hubiese Dios o Juez que juzgará sus obras.   O si hay un Dios, piensan que él es ciego.  Algunos procuran con mucho esfuerzo esconder sus malas obras de otros hombres y de Dios.  Mienten y matan para cubrir sus injusticias.  Otros son muy arrogantes y pecan abiertamente porque nadie les ha juzgado hasta hoy.     Por lo tanto ¿quién les juzgará en el futuro?   Note la actitud del impío en el salmo que sigue.  “¿Por qué estás lejos, oh Jehová, y te escondes en el tiempo de la tribulación?  Con arrogancia el malo persigue al pobre; será atrapado en los artificios que ha ideado.  Porque el malo se jacta del deseo de su alma, bendice al codicioso, y desprecia a Jehová.  El malo, por la altivez de su rostro, no busca a Dios; no hay Dios en ninguno de sus pensamientos.  Sus caminos son torcidos en todo tiempo; tus juicios los tiene muy lejos de su vista; a todos sus adversarios desprecia.  Dice en su corazón: no seré movido jamásnunca me alcanzará el infortunio.  Llena está su boca de maldición, y de engaños y fraude; debajo de su lengua hay vejación y maldad.  Se sienta en acecho cerca de las aldeas; en escondrijos mata al inocente.  Sus ojos están acechando al desvalido; acecha en oculto, como el león desde su cueva; acecha para arrebatar al pobre; arrebata al pobre trayéndolo a su red.  Se encoge, se agacha, y caen en sus fuertes garras muchos desdichados.  Dice en su corazón: Dios ha olvidado; ha encubierto su rostro; nunca lo verá.   Levántate, oh Jehová Dios, alza tu mano; no te olvides de los pobres.  ¿Por qué desprecia el malo a Dios?   En su corazón ha dicho: tú no lo inquirirás.  Tú lo has visto; porque miras el trabajo y la vejación, para dar la recompensa con tu mano; a ti se acoge el desvalido; tú eres el amparo del huérfano...” Salmo 10.1 al 18

Por el momento parece que el impío prospera en su injusticia y que ha escapado todo juicio.   Lo que el hombre no entiende es que Dios es omnisciente.   El conoce cada obra que hacemos.   Dios conoce lo que se hace en secreto.   Sus ojos están abiertos  para ver lo que se hace abiertamente y sin vergüenza.    Además, aunque no juzga cada obra mala inmediatamente, no olvidará ninguna.   Cada hombre y mujer, sea grande o pequeño, rico o pobre tendrá que dar cuenta de sus obras delante del Omnisciente.   Pienso en los muchos líderes, pasados y presentes, de naciones que han hecho atrocidades innumerables a otros seres humanos, aparentemente sin ninguna consecuencia negativa.   Contemplo los muchos esposos que han sido infieles y que han cometido adulterio, también aparentemente sin consecuencia negativa.   También pienso en las multitudes de individuos que han tomado el nombre de Dios en vano como si fuese poca cosa.   Estos pecados son algunos ejemplos, no más, de las muchas malas obras que el hombre comete cada día.  Ninguna obra escapará el juicio de Dios.   “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos.   Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras.  Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras.   Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego.  Esta es la muerte segunda.   Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.”   Apocalipsis 20.11 al 15   Es el pecado de rechazar a Cristo como su Salvador que mandará al incrédulo al lago de fuego, pero cada obra será descubierta y juzgada.    El juicio del Omnisciente será completo y justo.

Como creyentes, es importante que tengamos una revelación de la omnisciencia de nuestro Padre Celestial.  El incrédulo tiene razón por temer la omnisciencia de Dios. Por su omnisciencia Dios expone y juzga sus malas obras, y el resultado es sufrimiento eterno.   En contraste, la omnisciencia de Dios es para el creyente algo provechoso.  “Oh Jehová, tú me has examinado y conocido.  Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; has entendido desde lejos mis pensamientos.  Has escudriñado mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos.  Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda.  Detrás y delante me rodeaste, y sobre mí pusiste tu mano.  Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender.  Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos;  y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno.”  Salmo 139.1 al 6, 23, 24   David invitó la prueba de Dios de su corazón porque quería que Dios le revelase su corazón.    Nadie nos conoce como nuestro Padre, ni aun nosotros mismos.   Por eso, si queremos lo mejor que Dios ofrece a sus hijos, debemos invitar la prueba de su omnisciencia para descubrir las actitudes, pensamientos y deseos que nos impedirían de alcanzar nuestra meta para que podamos reconocerlos y juzgarlos y ser guiados en sendas de justicia.   Muchos creyentes  pretenden que Dios no ve nuestros pecados después de ser salvo porque somos perdonados de nuestros pecados.   Ciertamente, somos salvos eternamente de la culpa y la penalidad de todos nuestros pecados pasados, presentes y futuros por la sangre de Jesús.   Una vez que hemos puesto nuestra fe en Jesús y su obra en la cruz pasamos de muerte a vida.   Ya no somos condenados delante del Juez justo, sino aceptos delante de nuestro amante Padre.  Esta relación con Dios es eterna.    Sin embargo, si manifestamos las obras de la carne en nuestra vida (Gálatas 5.19 al 21) y no nos arrepentimos de ellas, impiden nuestra comunión con nuestro Padre y nos roban de una recompensa completa.  (1ª Corintios 9.24 al 27)  Muchos creyentes tienen en su vida lo que se llaman “pecados secretos” que procuran esconder de otros creyentes y de Dios.   La verdad es que no hay “pecado secreto” porque Dios conoce todo.   Un creyente que sinceramente desea lo mejor de Dios no puede seguir en pecado por mucho tiempo porque es miserable sabiendo que aunque ningún otro sabe nada, su Padre sabe todo.  (Salmo 32.3 al 5)   “Pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios;  y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él.”   1ª Juan 3.20 al 22    Los beneficios de andar en comunión con nuestro Padre son innumerables.   Nos conviene tener a un Padre omnisciente que puede revelarnos las cosas que son destructivas en nuestra vida.   Nuestro amante Padre nos da la oportunidad de arrepentirnos de tales cosas y de aprender nuevas cosas que tienen promesa de esta vida y de la venidera.


“Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables.  Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo.”   2ª  Corintios 5.9, 10   El asunto delante del tribunal de Cristo no es vida eterna, sino la recompensa y grado de gloria que el creyente disfrutará en los cielos.   Si entendemos que nuestro Padre es omnisciente, sabremos que no vale la pena procurar esconder nuestro pecado porque el conoce nuestras obras.    Tal revelación nos dará el deseo de serle agradable siempre.  Sométase a la prueba del Omnisciente y él le hará un brillante ejemplo de su gracia que nos transforma a la imagen de su Hijo Jesucristo.

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