Una carrera demanda competencia. No competimos contra otros creyentes, sino contra las fuerzas opuestas al creyente. La carne debilitará nuestro avance y nos pondrá en mala condición. El diablo y su ejército nos harían creer que la carrera no es importante. Muchos creyentes han dejado la carrera por la sutileza de los subordinados de Satanás (los hombres que no predican un mensaje vencedor) y nos engañarían para que vendiéramos nuestra primogenitura por un poco de potaje.
Así, hallamos que hay aquellos que corren la carrera; hay otros que principian de la carrera, pero la dejan después de un tiempo; y otros que no corren, ni siquiera. Hay una nota de atención en esta Escritura a los hermanos (santos) que corren. Pablo dice, “corred de tal manera que lo obtengáis.”
Él no preguntó si el corredor estaba corriendo, sino le amonestó a correr según las leyes espirituales. La cuestión no es si estamos corriendo, sino cómo estamos corriendo.
En los próximos versículos hallamos algunas leyes para correr;
- Sed templados en todas las cosas. (Versión Moderna)
- Corred como a cosa cierta.
- Saber por qué corremos.
- Reconocer a nuestros enemigos verdaderos.
- Guardar nuestro cuerpo en sujeción a Cristo.
Todas estas leyes se encuentran en las epístolas del Apóstol Pablo. También hallamos en ellas el estímulo para correr. Alcanzar a Cristo como Esposo es la más grande ganancia posible para los creyentes. Cualquier otra cosa sería un gran chasco al corazón iluminado. Entonces, como Pablo, dejamos a un lado todas las cosas malas o buenas que nos impidan a correr. El propósito de Pablo fue ganar a Cristo. Corramos la carrera propuesta delante de nosotros; “…puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe.” Hebreos 12:2
(Tomado de la revista HERMANOS -BOX 181- PHARR, TEXAS - 1964)
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