viernes, 19 de diciembre de 2008

La Luz Que Hemos Recibido

por: Fidelino Galeano

“Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo; del cual yo Pablo fui hecho ministro.”Col. 1:21-23

La obra del Señor en nosotros tiene como meta presentarnos “santos; sin mancha e irreprensibles delante de él.” Es admirable considerar que el Señor se haya propuesto lograr esto en un ser humano, particularmente en los que le aceptamos como nuestro Salvador porque al mirarnos a nosotros mismos con todas nuestras flaquezas, debilidades, fracasos e inconstancias, debemos reconocer que no aportamos lo suficiente a este precioso propósito. Pero él se ha propuesto hacer esto en los suyos para alabanza de Su gracia. Ef.2:7 Debemos estar agradecidos continuamente al Señor por las riquezas de Su gracia.

Sin embargo, nos presenta también una responsabilidad de nuestra parte “Con tal que se mantengan firmes en la fe, bien cimentados y estables, sin abandonar la enseñanza que ofrece el evangelio.”Col.1:23(NVI) Consideramos aquí que la fe es el conjunto de toda la enseñanza de la Palabra de Dios y Su voluntad revelada en ella para el beneficio y bendición de todos los hombres y de Sus hijos en particular. Si en verdad queremos ser participantes de este propósito del Señor en presentarnos irreprensibles delante de él, necesitamos aceptar esta exhortación de mantenernos firmes bajo la luz de Su Palabra revelada; vivir en obediencia bajo la firme convicción de lo que Dios nos ha revelado en Su Palabra.

La luz que recibimos por la Palabra de Dios es la que aumenta y afirma nuestra fe en Su gracia, en Su obra y propósito de amor para con nosotros. Satanás procura hacernos dudar de la luz que hemos recibido; él intenta constantemente hacernos retroceder de nuestra convicción; de nuestra firmeza de la fe en la verdad de Dios y para esto, él usa cualquier cosa; cualquier circunstancia o cualquier persona. Pues él sabe que si el hijo de Dios (en particular) rehúsa o deja de vivir conforme a la luz que ha recibido por la Palabra de Dios, va a caer o entrar en un camino de oscuridad y confusión. Al tiempo comenzará a dudar de la veracidad de la Palabra; se desanimará; comenzará a languidecer y llegará al punto en que ya no confiará más en el Señor, mientras tanto, intentará mostrar una apariencia de cierta piedad.

Considerando estos peligros, reconozcamos entonces nuestra necesidad y veamos qué importante es andar; vivir y conducirnos bajo la luz que hemos recibido por la Palabra de Dios para que no caigamos en semejante estado de ignorancia y confusión. “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino.” Sal.119:105 David entendió que sin la luz de la Palabra de Dios, su camino sería una completa oscuridad. “ La exposición de tus palabras alumbra; Hace entender a los simples.” Sal.119:130 La luz de la Palabra nos hace entender; nos da inteligencia y sabiduría de lo alto. Ilumina nuestro corazón, el centro de todos nuestros pensamientos e intenciones. En resumen, la sencilla obediencia a la luz que hemos recibido por la Palabra de Dios, nos quita de un peligroso camino de ignorancia y confusión, lo que a su vez, podría llevarnos a un lamentable estado de cosas. “Porque el mandamiento es lámpara, y la enseñanza es luz, y camino de vida las reprensiones que te instruyen.” Pr.6:23 La Palabra es lámpara; es enseñanza; es luz y es reprensión. Y si aceptamos humildemente vivir bajo su convicción, llegará a ser “camino de vida” y no un camino de oscuridad y confusión.

¡Cuánta ignorancia tendríamos si no fuese por la luz de la verdad de Dios! Haríamos tantas cosas fuera de lugar; ciegamente; cosas que no serían de ningún provecho; cosas sin sabiduría alguna, y que de hecho, lamentaríamos por el resto de nuestra vida. Sin embargo, por vivir según la luz de la verdad revelada a nuestro corazón, somos guardados de muchos tropiezos que son resultados de la indiferencia a esa luz. El Apóstol Pablo oró para que los creyentes en Cristo Jesús fuesen “llenos del conocimiento de Su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual.” Col.1:9 Y ¿para qué? ¿Acaso es para que el creyente impresione a otros con todo su conocimiento? ¿O para que vean cuánto él sabe de la Palabra de Dios? ¡No! “para andar como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios.” Col.1:10 Recibimos toda esa luz de conocimiento, sabiduría e inteligencia para andar y vivir conforme a esa luz de la voluntad de Dios revelada a nosotros por su gracia, agradándole en toda buena obra como resultado de esa obediencia.

Cuantos creyentes han recibido, por lo menos, una luz en su mente y corazón por alguna instrucción oída de la Palabra de Dios, o han tenido algún entendimiento claro de la voluntad de Dios revelada en Su Palabra. No hablo, precisamente, de alguna revelación profunda, sino de alguna enseñanza sencilla y fácil de entender. Sin embargo, al tener bien en claro esa sencilla enseñanza o instrucción de la Palabra, la rehúsan obedecer prefiriendo permanecer indiferentes a ella. Tal actitud de rehusar andar en obediencia a lo que Dios le ha mostrado por medio de Su Palabra y por la fidelidad del Espíritu Santo, traerá sobre su corazón mayor confusión y oscuridad. Pues cada rechazo conciente de la convicción de la Palabra de Dios; cada desobediencia de la luz que el Espiritu Santo trae por la Palabra, se tornará en oscuridad.

Tenemos en el Antiguo Testamento el mal ejemplo del pueblo de Israel en tiempo de los Jueces, cuando las Escrituras nos dicen más de una vez que por rechazar y descuidar la Palabra de Dios había mucha confusión y “cada uno hacía lo que bien le parecía,” y esto muy a pesar de que el Señor les enviaba profeta tras profeta para hacerles saber Su voluntad desde temprano y sin cesar. “Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma. Mas dijeron: No andaremos. Puse también sobre vosotros atalayas, que dijesen: Escuchad al sonido de la trompeta. Y dijeron ellos: No escucharemos. Por tanto, oíd, naciones, y entended, oh congregación, lo que sucederá. Oye, tierra: He aquí yo traigo mal sobre este pueblo, el fruto de sus pensamientos; porque no escucharon mis palabras, y aborrecieron mi ley. ¿Para qué a mí este incienso de Sabá, y la buena caña olorosa de tierra lejana? Vuestros holocaustos no son aceptables, ni vuestros sacrificios me agradan.” Jer.6:16-20 Podemos ver en esta escena un claro ejemplo de la oscuridad y confusión por rechazar concientemente la luz de la Palabra de Dios. Este pueblo rehusó andar en los caminos de Dios y rechazó escuchar su voz, como una criatura caprichosa. ¿Qué pretendía Israel después de esta actitud? Quería que Dios aceptara su adoración y sacrificio. Pero estos fueron totalmente inaceptables delante de Dios a tal punto que les tuvo que decir: “¿para qué a mí este incienso de Sabá, y la buena caña olorosa de tierra lejana? Vuestros holocaustos no son aceptables, ni vuestros sacrificios me agradan.” Cuántos hijos de Dios hoy día toman la misma actitud de querer servir y adorar al Señor con toda pretensión, cuando no tienen la mas mínima intención de obedecer la enseñanza mas sencilla revelada en Su Palabra. ¡Qué necedad! ¡Que confusión! Esto nos recuerda también de la actitud del rey Saúl quien después de desobedecer deliberadamente la voluntad de Dios mostrada a él con toda claridad, pretendió ofrecer a Dios una insincera adoración. 1S 15:22-26

Seamos obedientes y fieles al Señor aún en la poca luz que hemos recibido por medio de Su Palabra. No le neguemos la sencilla obediencia que él nos pide según lo que nos ha revelado para que no caigamos en un camino de confusión, y para que a la postre tengamos SU aprobación para ser presentados santos, sin mancha e irreprensibles delante de él.