miércoles, 16 de febrero de 1994

Lecciones Sobre Daniel

El Glorioso Evangelio, Vol. 94, N’º. 2

por David Franklin

Lección Dos, Capítulo Uno

Es tentador tomar la vista más simple posible del primer capítulo de Daniel.  Hay un despliegue tan dulce del carácter espiritual de Daniel y sus tres compañeros; buenas, prácticas lecciones para el vivir diario pueden ser aprendidas del relato.  Sin embargo, si cavamos un poco más profundo en el estrato espiritual que el Señor ha puesto aquí, encontraremos algo más.

Comencemos por recordar que Babilonia es una de las figuras proféticas más prominentes en toda la Escritura.  El nombre de esta ciudad aparece desde Génesis hasta Apocalipsis, y se hace referencia, por nombre, en veinte de los sesenta y seis libros de la Biblia.  ¿Qué representa?  Dejemos que la Biblia misma conteste.

La primera mención de Babilonia se encuentra en Génesis 11.1 al 9.  Allí se llama “Babel.”  No tengo explicación para el uso de “Babel” en Génesis, y “Babilonia” en otra parte; es la misma palabra en el hebreo.  Note los versos 4 y 6 en Génesis 11.  La diferencia entre el punto de vista del hombre y lo de Dios es notable.  “Ellos,” estaban confiadamente diciendo una cosa, y Dios, con preocupación y tristeza, estaba diciendo algo completamente diferente.

Dios no permite al hombre llevar a cabo todo lo que se propone hacer.  Antes del diluvio, él dijo tocante a la raza humana: “todo designio de los pensamientos del corazón  de ellos era de continuo solamente el mal.”  Génesis 6.5  Después que pasó ese juicio, aún tenía que decir: “..el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud.”  Génesis 8.21  Los pensamientos del hombre no pueden cambiar, aparte de la gracia.  La religiosa y política alianza que trajo a luz la ciudad y la torre de “Babel,” nació en la imaginación del hombre, no en la mente de Dios.  Por eso, no pudo haber tenido un buen resultado con tal comienzo malvado.  Así que, Dios tuvo que ponerle fin.

No es una noción popular, especialmente en la religión, pero la verdad es: cuando los hombres se juntan para llevar a cabo una cosa propia de ellos, es pecado y rebelión.  Si el Señor no es la sola cabeza de una labor o propósito, es rebelión (Efesios 1.22).  Si cualquier obra, aún una “buena” obra, tiene su origen simplemente como “una buena idea,” y es luego presentada y  llevada a cabo como hablado por el Señor,  es pecado (Romanos 10.17 y 14.23); ningún esfuerzo, lo cual él no haya iniciado, es realmente bueno.  

Si esto parece limitado, o duro, considere Proverbios 21.4.  Donde Dios no es centro y fuente, el pecado toca aún las actividades más sanas y útiles del hombre.  El triste, pero necesario resultado del proyecto de construcción de Babel se relata en Génesis 1.7 al 9.

Podemos ver en esta primera vista de Babilonia, que el mismo nombre que le fue dado llevó un significado definido y ordenado por Dios.  “Babel” o “Babilonia” significa: CONFUSIÓN.  Fue aplicado a un sistema falso, de religioso acuerdo exterior, con propósitos que sonaban buenos, muy activo en alcanzar sus propias metas, y teniendo una apariencia medio exitosa (hasta que cayó el juicio).  Parecía bueno, sin embargo fue  confusión.  No sólo fue confundido su lenguaje, sus planes fueron tornados en confusión también.  Planearon para la unidad humana, para alcanzar los  cielos por medio de grandes obras humanas.  En vez de eso, fueron dispersados por  todos lados, totalmente desunidos de tal manera que no podían aún comunicarse uno con el otro.  El único toque con el cielo fue cuando la mano de Dios derramó juicio sobre ellos y sus obras.

Márquelo y créalo, la unidad hecha por el hombre siempre termina en confusión, división, y juicio.  Los hombres comienzan con un propósito confundido, buscando hacerse nombre para sí, en vez de exaltar el nombre de Dios, haciendo planes de acuerdo, el uno con el otro, en vez  de averiguar lo que él dice.  Todo eso comienza a formar el cuadro de Dios de Babilonia, la religión humana a su cumbre y lo peor.  Vamos a aplicar la figura al relato delante de nosotros en el primer capítulo de Daniel.

Daniel y sus compañeros se encontraron, no por su propia elección, en Babilonia.  Fue, en ese tiempo, el centro de un imperio grande: una asociación vigorosa de hombres, exitosa, sumamente religiosa.  Fue también el centro de una civilización pagana.  Conociendo que Dios les había permitido ser llevados a Babilonia, no procuraron traer abajo aquel sistema gigantesco de impío poder mundial.  Simplemente confiaron en Dios para protegerles en un lugar del cual no fue su voluntad escapar todavía.  No se quejaron contra la educación impía que fue impuesta sobre ellos.  Conocieron la verdad que Dios había revelado a Israel, y no tenían temor que su fe pudiera ser destruida por el desafío de lo falso.  Poco antes del período terrible llamado “el tiempo de angustia para Jacob,” y “la gran tribulación,” los israelitas se encontrarán a sí mismos en una situación donde Babilonia parecerá dominar.  Tendrán que reconocer, como Daniel hizo, que estarán allí por causa de sus pecados nacionales.

En el último cuadro de Babilonia dado en la Escritura, aquel grande sistema falso de religión es revelado en el disfraz de una mujer sumamente rica, de grande poder  político, ataviada espléndidamente,  bella y próspera, pero vil, blasfema y llena de violencia.  Es una forma diferente que la Babilonia antigua, pero básicamente es lo mismo: algo que es atractivo, que parece bueno, pero que es contra el propósito del Dios de gracia.  Este será el sistema con el cual Israel tendrá que contender.

Durante aquel período, tendrán que hacer decisiones.  Compare Apocalipsis 7.1 al 8 y 14.1 al 5 con la parábola en Mateo 25.1 al 13.  El paralelo debe ser inequívoco.  El aceite habla plenamente del Espíritu Santo; como también el sello (Efesios 1.14).  Israel, a través del ministerio de los dos testigos (Apocalipsis 11.3 al 13) tendrá que elegir entre los bocados exquisitos de la mesa de Babilonia, que traerán sueño, y la plenitud del Espíritu, prometida por la palabra de Dios.  Muchos no elegirán correctamente.  Aquellos quienes no ven claramente la urgencia de su tiempo y gastan de balde su tiempo estarán entre las vírgenes insensatas; salvadas, pero no estarán en la fiesta de la boda celestial, como los 144,000 estarán.   La alternativa que Daniel y sus compañeros estaban enfrentando era si debían comer de la carne del rey o no.  ¿Quién es el rey de Babilonia?  ¿La carne de quién es la que debe de ser evitada como alimento?

Pablo dijo a los efesios: “No tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.” Efesios 6.12  El verso anterior aclara que el diablo, astuto y malvado, es la cabeza sobre la jerarquía de las tinieblas.  No cabe duda que Satanás era y será el rey invisible del sistema Babilónico de este mundo.

El problema verdadero, por supuesto, no es lo de comida natural; aunque fue definitivamente un problema en el día de Daniel.  Dios había prohibido cierta comida la cual era inmunda para su pueblo Israel.  (Levítico 11, Deuteronomio 14)  Vemos, en esta presente edad, que la ley, majestuosa y poderosa como fue, es simplemente una herramienta grande para enseñar al hombre su necesidad de un Salvador; esto era toda la intención al dar la ley.  (Gálatas 3.24)  No estamos bajo el maestro de la ley, sino las experiencias de aquellos quienes laboraron bajo su carga son “ejemplos” de importancia espiritual.  (1ª Corintios 10.11)  El problema verdadero que el Señor levanta en el ejemplo de Daniel es un asunto espiritual, lo cual está sólo figurado por comida y las leyes dietéticas que Dios dio a Israel.

En el sentido bueno, la comida habla de cuatro cosas principalmente.  Primero: habla de enseñanza sana, basada sólo en la palabra de Dios.  (Proverbios 10.21, 1ª Corintios 3.2, Hebreos 5.11, 1ª Pedro 2.2 al 4)  Segundo: habla de la unidad y comunión que tenemos juntos con el pueblo de Dios. (1ª Corintios 10.17)  Tercero: habla de hacer la voluntad de Dios.  (Juan 4.32 al 34)  Cuarto: habla de Cristo mismo, de quien nos alimentamos, mientras nos identificamos con él y tomamos su palabra como nuestra propia.

En el sentido malo, comida  parece llevar los mismos sentidos, pero pervertidos y corrompidos por Satanás.  Jesús dijo a sus discípulos: “Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos.”  Mateo 16.6  El habló de doctrina mala.    Vea también Gálatas 5.9,10.  1ª Corintios 5.1 al 8 muestra que la comunión mala leuda toda la masa, o sea, la comunión y alabanza de toda la asamblea.  La admonición sobria de 1ª Corintios 10.19 al 22 exhorta a los creyentes a reconocer que ciertas obras y acciones, aunque inofensivas en sí mismas, son de la mesa de demonios cuando se hacen fuera de la voluntad de Dios.  Cuando Pedro contradijo la palabra de Jesús, la reprensión; “¡Quítate de delante de mí, Satanás!,” lo hizo claro que Pedro, aunque salvado, se había, por el momento, unido con un líder equivocado.  (Mateo 16.23)

Estas cosas fueron escritas principalmente para admonición de los israelitas creyentes en un tiempo peligroso lo cual está pronto por venir sobre la tierra, pero podemos tomar ventaja de ellas también.  Los principios espirituales no cambian; en cualquier edad se debe evitar la comida y bebida del gobernador terrible de Babilonia.


Aquellos que nos aman pueden advertirnos de que estamos perdiendo algo, así como el jefe de los eunucos advirtió a Daniel.  No menosprecie a aquellos que dan tales advertencias, pero sepa que aquellos que le aman no siempre ven los propósitos de Dios.  Para aquellos que se entregan a él, a su palabra, y su voluntad, no habrá ninguna pérdida cuando el día de dar cuentas aparezca.  Cuando se paren para conversar con su Rey de Reyes, serán revelados como más sabios que todos los otros en su reino.

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